De que me sirve quererte como te quiero, si no es suficiente para ti. De que me sirve pensarte como te pienso, si tu jamas piensas en mi. De que me sirve luchar contra todo y contra todos por mantener esta relacion, si a ti no te importa si se acaba este amor. Dime entonces de que me sirve llorarte como te lloro, si mis lagrimas no son suficientes para que estes junto a mi. De que me sirve guardar esta ilusión, si se que mañana no estaras junto a mi
Porque el cuerpo, todo el cuerpo albergándole a la vida su oscura aunque preclara omnipotencia, siempre está aquí, estará siempre. Y quien ama y quien desea, quiere poseer y entregarse poseyendo. Tarde y noche, amanecer o mañana, al amor, el amar reclama al cuerpo en tenue caminar, o alborotado por de lavas repleto sendero: la sombría eternidad que da a la vida una muerte incrustada. Un helado volcán; ¿son océanos lúcidos y vertigonosos con furia de morirme mientras amo? Porque así es la entrega del que ama: una despótica catástrofe. ¿Soy yo así, soy yo esto, se pregunta, creciendo de salvaje encrucijada, viviendo de mi muerte que rescato, con furia de morirme cuando amo? El cuerpo dócilmente escucha dentro y otro yo se le asfixia en la pregunta. Cuán intacto el despertar. Ya despojándose la invasión de sí mismo, gime el cuerpo. Vuelve el mar reclamándolo absorbente y otra vez se desploma y recupera. Carmen Conde
Las miradas son árboles que se deshojan. Hay que penetrar lo compacto, que taladrar el misterio para descubrir el suelo cubierto de álamos, de olmos, de palmípedos cedros. La prieta vegetación humilla bajo el peso del tiempo su copiosidad radiante, de éteres húmeda... ¡Ah el precipitado ímpetu de las ramas, de las miradas cortándose de sus troncos! Apenas algo, apenas el ácido vaho que dilatan los dientes del rebaño implacable cuando muerde el pasto... Humarada invisible de verdor desgarrado, cálido penacho de olores. Las perdemos, cortándonoslas inconscientes de larga contemplación. Y nos quedamos en tierras desiertas, en arrasadas orillas, en fingidos oasis sin agua ni palmeras. ¿Por qué, hasta cuándo, en qué momento se reunirán todas esas miradas en haz trepidante, para hacerse breve rayo definitivo? ¡Este viscoso suelo resbaladizo, las mareas de hojas que eran ojos agarrándose a las cosas, a los seres, a la ilusión de ver! Carmen Conde
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